Contra el mal, Internalman
Desde muy pibe pensé que trabajar era un castigo. Lo poco que veía a mi viejo durante el día, lo cansada que llegaba mi vieja a la noche y eso de ganar el pan con sudor, que decía el cura que dijo Dios, me tenían bajoneado. Hasta que entré a la universidad y conocí al profesor Masgoret. Durante 18 años había pensado que de grande iba a tener que sufrir como loco para hacer lo que más me gustaba en la vida: pedir siempre el menú grande en pumper nic, conocer personalmente a Guy Williams, ver los mundiales en un televisor a color y tener los mejores botines para ganarle a los del monoblock. Cuando crecí los gustos fueron cambiando, claro, vino el big mac con papas dobles y eso. Pero lo que quiero poner acá es otra cosa. Quiero contar cómo en una sola tarde aquel profe medio petiso, flaquito y de barba canosa me cambió la vida para siempre.
Contó que hace como cien años un equipo de operarias de una fábrica en un barrio de Chicago dieron vuelta lo que hasta entonces se creía que era trabajar. Básicamente esas pibas le mostraron a la ciencia que se podía laburar por algo más que plata. El tipo que hizo la investigación, un tal Mayo, se comunicó con ellas, les prestó mucha atención y las mujeres aumentaron la producción como nunca antes. Me acuerdo que el profe nos emocionaba con lo que decía. Hablaba de trabajar con sentido, con orgullo, con significado… y bueno, uno que también era de un barrio como el de esa fábrica, escuchaba al profe con mil orejas y anotaba a cuatro manos. Después dijo que la experiencia con esas mujeres se hizo teoría, que se llamó Relaciones Humanas y que le complicó la vida a un loco que se llamaba Federico Taylor, que decía que las personas éramos homus economicus (creo que se escribe así). Si no me equivoco, el Fredy ese dijo también que los trabajadores eran como “operarios chimpancés”. No sé por qué. Quizás porque él era medio gorila, vaya a saber. Igual por las dudas eso no lo puse en el examen.
Bueno, no me quiero ir por las ramas. Solo quería contar cómo un buen profe puede ayudar a transformar 20 años de fobia al trabajo en algo exactamente contrario. Como le pasó a Bruno Díaz con los murciélagos. Estuve las primeras dos décadas de mi vida creyendo que trabajar sería un yugo, un camello, una pega, un curro, una chamba, una luta, un tripalium y no sé cuantas cosas negativas más. De golpe viene un tipo de barbita, me hace convertir esa debilidad en fuerza y me hace sentir como un héroe. Como un súper héroe, mejor. Por eso esa misma tarde solté la pena para siempre y juré dedicarme al mejor trabajo del mundo: el de comunicar al mundo que trabajar vale la pena. Después me enteré que eso se llamaba comunicación interna, me puse un sobrenombre, una capa y empecé a volar de aquí para allá. Ahora mismo estoy en un avión, feliz, volviendo de laburar.
Internalman ©2014