ARTÍCULOS DESTACADOS, RedINSIDE 41
no-hace-falta

Imagínense mi sorpresa cuando al amanecer
me despertó una extraña vocecita que decía:
— ¡Por favor… píntame un cordero!
Saint-Exupéry
1943

Una foto, un niño y una ocurrencia de niño me roban una sonrisa inesperadamente. El previsible timeline de Twitter se vuelve imprevisible cuando aparece la creatividad de este “mini-Ronaldo”. Y me quedo con la mano en el mouse, detenido en el tiempo, o mejor aún, retrocediendo a la niñez, mirando ese nueve perfecto. Ad-Mirando, diría, ese dibujo que el principito sabe que no le sale a ningún adulto. Después comparto la foto en el chat con amigos de la infancia y retrocedemos más aún, hasta ese lugar esencial, invisible a los ojos. Es ahí donde la foto comienza a mostrar otros mensajes escritos en esa espaldita.

Leo que no hace falta ponerse la camiseta cuando hay pasión. Veo que no es necesario exhibir una playera, una polera, una remera, cuando se siente verdadera admiración por alguien. Intuyo que no es indispensable el color de una casaca para expresar amor por un equipo deportivo… o por una nación, o por una idea, o por un trabajo.

En mi profesión he escuchado repetidamente la famosa frase necesitamos que la gente se ponga la camiseta de la empresa. Tal vez por eso la foto también me recuerda tres casos en los que fallé tratando de hacer realidad esa frase. Y como los fracasos suelen enseñar mejor que los éxitos (quizás porque son inolvidables) puedo compartirlos aquí con cierto detalle.

En la década de los 90, cuando abundaban las fusiones y adquisiciones de empresas en Latinoamérica, la gerencia de un banco que acababa de comprar a otro, necesitaba que la gente de la empresa comprada se comprometiera con la nueva institución. La directiva era clara, había que ponerse la camiseta. Luego de varias semanas reuniéndonos con muchos de esos trabajadores supimos que en los años anteriores habían pasado por cuatro fusiones similares. Sin cambiar de edificio, ni de oficina, ni de escritorio, habían cambiado cuatro veces de empleador. Esta sería la quinta vez, en menos de diez años. Ellos mismos nos dijeron que, antes que “ponerse la camiseta”, era mucho más importante “sacársela rápido”. Estaban muy aprensivos con la propuesta. En aquel contexto -afirmaban- quienes se aferraban demasiado a una cultura corrían el riesgo de perder sus puestos de trabajo. La estrategia de la camiseta falló.

En 2007, trabajando para una aerolínea que estaba en plena expansión, me invitaron a realizar charlas para los colaboradores que se desempeñaban en diferentes países. El objetivo era integrar a todos bajo una misma visión empresaria, apoyada en cuatro valores. El mensaje central era, una vez más, el de la camiseta. La propuesta tuvo buena acogida en muchos países, pero al llegar a ciertas culturas, dejó de funcionar. Los trabajadores alemanes, en particular, no se motivaron con el mensaje. La idea de comprometerse con los colores de una empresa era bastante débil en comparación con el compromiso natural que tenían hacia el trabajo en sí mismo. La conferencia no funcionó. A veces, para trabajadores aplicados o muy disciplinados, la idea de ponerse una camiseta suele ser endeble y poco atractiva.

Una abogada argentina que amaba su profesión, trabajaba orgullosamente en el departamento de Legales de una empresa que administraba fondos de jubilaciones y pensiones. En un momento el director del área nos solicitó ayuda porque había notado una baja considerable en el compromiso de esta mujer. En el proyecto propusimos que esta profesional volviera a ponerse la camiseta de la empresa. Sin embargo fracasamos. Luego de algunas semanas encontramos la clave del caso. Un injusto dictamen había dejado sin pensión a una viuda que vivía en la provincia de Tucumán. La damnificada tenía un hijo pequeño y muchas necesidades económicas. La abogada buscó por todos los medios que la empresa revirtiera la decisión, pero no fue escuchada. Finalmente, fue ella misma quien habló con la viuda para comunicarle la situación. Amaba su trabajo, pero a partir de entonces perdió el orgullo por los colores de su empresa.

Estos son tres casos que recordé mirando al chaparrito de la foto. Pero lo mejor es que me hizo volver a la infancia, como volvió Antón Ego, después de probar el ratatouille que le hizo otro chaparrito. Recordé un cumpleaños y mi primera casaca de fútbol, regalo de mi padre. Cumpliría ¿cuatro?, ¿cinco años? La camiseta tenía el once, de Gramajo, el win izquierdo de Central. La verdad, no sé dónde estará esa camiseta después de tantos años… Bueno, es una forma de decir, porque esta foto me hizo acordar muy bien dónde está.

Manuel Tessi

© 2014

Notas en este número

Suscríbete para recibir contenidos.

Not readable? Change text. captcha txt

Start typing and press Enter to search

×