¿La gallina de los huevos de oro?
Por Internalman
El héroe de la Comunicación Interna
Érase una vez… jefes, jefazos y jefecillos. ¿Así comienza la fábula de la gallina de los huevos de oro? No, así comienza uno de los libros de un súper-amigo: Juan José Almagro. De hecho, ese es el título de su primer libro.[1] Recuerdo que lo leí hace muchos años, en una misión de entrenamiento en Buenos Aires, con otros aprendices de héroes. Las páginas de su libro me dejaron la idea de que en las empresas hay jefes “pa’ todo”. O más precisamente: “pa’ to’…” como lo diría un andaluz de bien, como es Juan José (aprendí ese idioma en los grupos comando de España, donde tuve de compañero al gato de Shrek, otro héroe de Andalucía).
Terminé de comprender la idea de este libro cuando, gracias a mi capa, pude sobrevolar casos y divisar desde la altura una buena cantidad de jefes. Lo que aprendí fue mucho -muchísimo- pero puedo resumirlo en cuatro palabras: 1) No 2) son 3) todos 4) iguales. Por eso hoy, inspirado en Juanjo, mi super-amigo, saco del ropero la vieja Olivetti, cargo el rodillo con cien carbónicos y le escribo a todos los que no conocen la fábula del jefe de oro. Ese que no tiene nada de gallina.
No se si han visto que en las redes aparecen muchos debates -para mi gusto demasiados- diciendo que los jefes son malos comunicadores. Esta tendencia también está llegando a los foros de comunicación interna. Por eso, cumpliendo con mi vocación de súper-héroe, voy a proteger a nuestra disciplina. Si bien estos debates comienzan cool, conjugando conceptos de Liderazgo y Comunicación con la intención de favorecer mejoras en el trabajo, suelen finalizar hot. Algunos colegas que empiezan apuntando a los líderes, terminan disparándoles. Too hot. Esos debates multiplican las descalificaciones sobre jefes, gerentes y directivos, resaltando solo su falta de actitud o aptitud hacia la comunicación. Hablan de los jefes, a mi criterio, de manera muy parcial, como si todos hubieran nacido con un problema en la lengua, o en la oreja, como si ninguno pudiera convertirse en buen comunicador, como si Bruno Díaz jamás le hubiera temido a los murciélagos.
Una de las ventajas que otorga ser un héroe de la comunicación interna es que sus seguidores son, precisamente, comunicadores internos. Por eso, para elegir este tema, usé una probabilidad matemática: ustedes, quienes están leyéndome ahora, son, estadísticamente, profesionales de comunicación (es decir, no son “esos jefes que se comunican tan mal”). Con esa estadística a mi favor, entonces, escribo dándole énfasis a dos conceptos que de otra manera quizás no acentuaría. El primero habla de la inconveniencia de que un comunicador interno descalifique la comunicación interna de los jefes (hacerlo sería, como dice el tango, el gato maula jugando con el mísero ratón). El segundo, recuerda que no puede ponerse a todos los jefes en la misma bolsa y castigarlos sin distinguir (ni Tom haría eso con Jerry).
Revisemos el primer punto: la intimidad profesional que nos brinda esta conversación entre colegas nos permite hablar con autocrítica y, a la vez, sin parecer gallinas, es decir, sin ser obsecuentes ante quienes ostentan la autoridad en las empresas (la gran mayoría de esos líderes -por ley de probabilidades- no están leyendo este artículo). A puertas cerradas entonces, es oportuno recordar que esos gerentes, que suelen ser bastante vituperados por nosotros en las redes, son quienes definen los presupuestos para nuestro trabajo. ¿Es esa la comunicación externa que queremos hacer los comunicadores internos? ¿Nos deja bien parados criticar a los líderes en las redes? ¿No sería mejor ayudarlos o guiarlos con nuestros comentarios? ¿Es inteligente apuntar y disparar al montón? Me parece que no. Pero ojo, no propongo resignarnos ante toda autoridad (recuerden que soy un súper-héroe) sino ser justos y empáticos ante quienes nos necesitan, y mucho. Este es el primer concepto.
El segundo, se basa en una experiencia personal. En este caso no apelo a la estadística porque solo es mi vivencia y no una comprobación empírica. Sin embargo, creo que sería una buena historia para un comic, así que aquí va: aprendí mucho de comunicación trabajando con ciertos gerentes. En su mayoría eran ingenieros o economistas que nunca habían estudiado comunicación en la universidad. Esos líderes eran, por decirlo así, gerentes de números, que salieron de su confort matemático y se convirtieron también en gerentes de palabras. En personas de palabra, mejor dicho. Así, con la comunicación, con nuestra querida comunicación interna, lograron multiplicar su talento y el de sus equipos. Usando la Palabra, como Thor su martillo, generaron resultados extraordinarios. Verdaderos jefazos, como dice Juan José Almagro en su libro. De esos que no descalifican ni desacreditan a los comunicadores internos. De esos que cuidan a nuestra disciplina como quien cuida a la gallina de los huevos de oro. De esos que nunca terminan, como en la fábula, matándola, sino, por el contrario, protegiéndola, defendiéndola. De esos que no leen -no necesitan leer- este artículo.
[1] “Érase una vez… jefes, jefazos y jefecillos” Juan José Almagro, Editorial Pearson Prentice Hall. Madrid, 2005.
Por Internalman
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