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Una metáfora pasada de moda

Algunos recordarán al simpático Charlot, aquel obrero de la post crisis de 1929 que trabajaba en una cadena de montaje fabril apretando tornillos todo el día, hasta que de repente tuvo un ataque nervioso, producto del estrés laboral, y comenzó a apretar narices. Era el personaje creado por Charles Chaplin en el film Tiempos Modernos. La historia representaba con humor e ironía las duras realidades de los trabajadores abocados a la producción en masa.

Casi un siglo después esos “tiempos modernos” han pasado de moda. Cientos de mejoras humanas y tecnológicas se han producido en el ámbito del trabajo para que, entre otras cosas, los trabajadores como Charlot no estén tan estresados.

“Tiempos Modernos”

Filme escrito, dirigido y protagonizado por Charles Chaplin

Sin embargo, en términos comunicacionales, y más particularmente en términos de metáforas y comparaciones laborales, parte de aquel paradigma aún sigue presente en nuestras organizaciones. Si prestamos atención a algunas frases hechas o a ciertos adagios gerenciales no es imposible hallar vestigios de un lenguaje industrial propio de inicios del siglo XX. Sabemos que las palabras tienen poder generativo. Pueden crear realidades. Se hace necesario entonces, como comunicadores internos, reparar en las figuras retóricas y metáforas laborales que evocan los modelos mecanicistas de 1900. En términos de desarrollo organizacional, esas comparaciones pueden limitar la creatividad de los colaboradores, cercenar la innovación de los equipos o demorar la evolución general de un negocio. En términos comunicacionales la situación no es muy diferente. Ciertas metáforas pueden dejar aferrada al área de comunicación interna a paradigmas de gestión anacrónicos u obsoletos.

Las palabras tienen poder generativo

Pueden crear realidades

En nombre de la productividad, por ejemplo, aún se pueden oír comparaciones directas entre “trabajo humano, procesos y engranajes calibrados”, y en nombre de la comunicación efectiva, no es improbable escuchar que “la comunicación interna es el aceite del motor organizacional”. Es tal la fuerza de aquel modelo industrial que, al igual que una muy buena película clásica, puede atravesar un centenar de años y seguir ganando adeptos en nuestros días. Pero las metáforas no son broma. Ningún comunicólogo ignora que las metáforas propician escenarios factibles para las personas, las instituciones y la sociedad. Desde este análisis muchas metáforas pierden inocencia. Es por eso que revisarlas y elegirlas correctamente puede ser una oportunidad única de crecimiento para la organización y sus integrantes.

La comunicación interna 

¿es el aceite de un motor?

Aunque en primera instancia no parezca, muchos paradigmas obsoletos de comunicación interna están sustentados en figuras limitantes de ese tipo. No es infrecuente que la organización subestime la influencia de las metáforas que se usan en el trabajo. Las figuras fabriles, que vinculan a los trabajadores con mecanismos, están más presentes en nuestros días de lo que creemos. Pueden oírse incluso en las industrias más vanguardistas. Y también se repiten en empresas de servicios o en organismos públicos, donde el aporte a la sociedad no es un producto o una manufactura, sino servicios o bienes intangibles. Tal es la fuerza de una metáfora nacida en los “tiempos modernos” de un viejo paradigma, que no hace falta estar frente a una cadena de montaje para que nos encontremos repitiéndola y alimentándola en nuestro propio lugar de trabajo.

 

Nadie ignora la necesidad que hoy tienen las organizaciones de eliminar conflictos, ruidos y malentendidos. En este sentido, el adagio “la comunicación interna es como el aceite de un motor” no suena tan mal. Pero justamente porque la imagen es tentadora debemos estar más atentos. La experiencia demuestra que el uso de esta comparación, a la larga, siempre genera consecuencias indeseadas. Esta metáfora puede anular la oportunidad de acceder a una comunicación interna integrada. La gestión de vanguardia compara la organización con organismos vivos (plantas, animales, personas) y ya no con mecanismos inertes (motores, engranajes, tornillos). En un paradigma integrado de comunicación, todos los colaboradores son comunicadores. Son emisores permanentes (comunicadores activos) y no meros receptores (recipientes pasivos).

La gestión de vanguardia

compara la organización con organismos vivos

Los mensajes organizacionales enunciados con comparaciones facilitan la comunicación en el trabajo, puesto que dan ejemplos y abren caminos rápidamente a los trabajadores. Pero si no son meditadas oportunamente es probable que fallen a mitad de camino. Cuando eso sucede nos dejan con pocas posibilidades de retroceder y volver a empezar. Sobre todo en la gestión de comunicaciones internas, en la que rara vez hay tiempo para desandar lo hecho y generar una nueva estrategia sobre la marcha. A cierta altura de la gestión la metáfora ya ha creado una realidad: estamos atrapados en sus supuestos. Nos deja maniatados ante las numerosas oportunidades que teníamos inicialmente. Una organización que genera mucha información con mensajes escritos, con “mucha ida” y “poca vuelta”, es típica de metáforas mecanicistas. Y en situaciones críticas, cuando “el motor se traba”, se envía “más aceite”. Pero como los “engranajes” son personas, el aceite no los lubrica, sino que los ahoga: muchos trabajadores se defienden hoy de los estragos de la comunicación interna formal diciendo: “no alcanzamos a procesar toda la información que recibimos”.

Las empresas que adoptan metáforas mecanicistas

suelen saturar de información a sus trabajadores

Una metáfora bien intencionada pero poco pensada puede generar un efecto indeseable para nuestra profesión y para nuestra empresa. Puede limitar la gestión y afectar seriamente la productividad y el sentido laboral. Puede poner a los colaboradores en la situación del personaje de Chaplin: como mero “motorcito” dentro de la línea de montaje. Y si Charlot sigue “fallando”, es posible que la metáfora sugiera reemplazarlo, antes de que empiece a apretar narices en vez de tornillos.

 


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