Yo odiaba trabajar
“Cómo pasé de cucaracha a superhéroe”

Alguna vez tenía que decirlo: yo odiaba trabajar. Las razones eran muchas y bien fundamentadas. No alcanzarían mil renglones para contarlas. Así que créanme: yo, quien hoy ama el trabajo, quien ama comunicar el amor al trabajo, ayer lo odiaba, odiaba trabajar con toda mi alma. Pero bueh, como dice mi amigo el gordo -un crack, un tapado, un héroe anónimo que está bajando de peso-: “no hay peor fanático que el converso”. Y si lo dice el gordo, que ahora va al gimnasio, no come harinas y se busca las six pack en el espejo, debe ser.

Si bien el título de mi columna de hoy es sobre el odio al trabajo, en realidad están frente a una historia de amor. Es La Metamorfosis de Kafka, pero al revés. Yo, el protagonista, paso de cucaracha-que-no-puedo-levantarme-de-la-cama-para-ir-a-trabajar, a capo-di-tutti-li-capi-d’il-mondo. Hoy no tengo límites! Soy el mostro del laburo, che; la neta de la chamba, wey; el descueve de la pega, weón; la polla del curro, tío! Porque los héroes nos convertimos en héroes rompiendo límites y extremos. Somos extremistas. Conversos. Pasamos por transformaciones termodinámicas que van de menos cien a más cien en diez segundos.

Como el caso del Zorro, que de día era el cobarde Don Diego y de noche el imparable héroe de California. El caso de Batman: Brunito, el huérfano temeroso de los murciélagos, de adulto se convierte en el millonario Bruno Díaz, héroe de ciudad Gótica. El caso del hijo pródigo: malo, insensible, hedonista, rechaza el amor del Padre y se va de la casa… Y luego vuelve cambiado, transformado, en lo que el Padre siempre soñó. Como el caso de Neo, el elegido, que no quiere ser elegido y justo por eso Morfeo lo elije. El caso de David Banner: –No soy yo cuando me disgusto, señor McGee (el Mr. Hyde de los 80’s). Mi propio caso: Yo, Internalman, odiaba trabajar y ahora soy como un San Pablo de la comunicación en el trabajo. Transitaba por un camino oscuro persiguiendo a los buenos y de repente me pegó un damasco en la cabeza y vi la lu, broder! Ese día empecé a amar lo que odiaba. Pasé -como decía mi termodinámica abuelita Juana- “del amor al odio en un paso”. Solo que fue un paso para adelante: del odio al amor. De monstruo a Jekyll. De cucaracha a superhéroe.

Bueno, a esta altura ya depuré lectores a lo loco. En esta parte ya dejaron de leer dos segmentos insoportables: 1) los que siempre amaron el trabajo sin ningún tipo de contradicción y “todo el mundo los ama”, o sea los Flanders (no vienen de flan pero funcionan como), y 2) los presos del trabajo que olvidan sus sueños de libertad y chambean mansos en Shawshank sin jugársela como Andy. Descarto a ambos segmentos porque no me merecen.
Entonces, ahora sí, quedan ustedes, mis preferidos, los que van a trabajar todos los días sin ganas. Los cucarachas. Tranqui, no pasa nada, yo también fui una. Sigan leyendo y aprovechen el mensaje. Ustedes son la futura elite. Son el nuevo significado de la palabra Trabajo. Ustedes son los únicos que pueden realmente trabajar para algo más que el incentivo semanal, el sueldo mensual, el bonus anual o el puntapié final de Mr. Burns.
Prepárense. Empieza el curso. El maestro Sócrates estaría orgulloso de nuestro programa de estudio. La primera materia se llama “Reconócete a ti mismo”. El mejor promedio hasta ahora fue una chica re valiente que en el examen final dijo soy re cobarde. De ella aprendí que el primer paso a la valentía se da reconociendo la propia cobardía. Así aprendí que primero necesitaba reconocer que odiaba trabajar para algún día trabajar feliz.
Cuando empecé el curso yo no era adorable como mi mascota Chicha. Era un perro que metía miedo. Ladraba furioso ante cualquier discursito de teambuilding. Pero los profes, los escuchadores de perros malos, los Cesar Millán de la comunicación interna, me enseñaron que en el trabajo, los perros que meten miedo, también tienen miedo. Proporcionalmente. Y que en el fondo, a pesar de todo el odio que sienten, no quieren ser odiados, sino justo lo contrario. Termodinámicamente. Igual que le pasó a Megamente (si no la vieron, 99% de coincidencia en Netflix). Así que bueno, vagos conocidos, los invito inscribirse en el curso de héroes anónimos. El único requisito de ingreso es reconocer que trabajar, tal como nos enseñaron que era trabajar, no nos gusta.
